De niños oímos voces, vemos a gente que ya no está entre los vivos, oímos rumores que intuimos no son de nuestro plano cotidiano, y en general, en lugar de disponer de tiempo y gente que nos ayuden a comprender esas voces de la Realidad, nos enfrentamos a la ardua tarea de tener que aceptar lo que nos imponen por medio de lo que ellos llaman “educación”, instrumento del poder mundano para alejarnos todo lo posible del ejercicio de descubrir quienes somos.

“Estar en el mundo, sin pertenecer a él”, dijeron los antiguos sufís. Ardua tarea que hemos de abordar extralimitando la flexibilidad de nuestro Neo-Cortex para adaptarnos a las consignas de la educación, tratando de reservar inconscientemente un rinconcito de nuestra mente para que se refugie nuestro verdadero Ser. A ese rinconcito le llamó Carl Gustav Jung nuestro inconsciente, que conecta con el inconsciente colectivo, que conecta con la historia y es la única explicación científica que encuentro para comprender el porqué da tan buenos resultados la interpretación astrológica.

En mi opinión, en lugar de observar y aceptar a nuestros hijos tal cómo son (he tenido 4 y me hubiera gustado observarlos muchísimo mejor), obedecemos las ordenes de los dictados dogmáticos procedentes de cualquier sistema de creencias, las consignas sociales, los preceptos del costumbrismo, las conveniencias sociales y demás engendros artificiales.

Es correcto estimularles para reconocer al semejante con respeto y desarrollar una necesaria empatía, y por otro lado a darles instrumentos y trucos para aprender a defenderse en la jungla, pero esas necesidades no deberían anteponerse a la observación objetiva hacia nuestros hijos y evitar la automática revancha que nace del sentimiento de que si nosotros tuvimos que pasar por lo que pasamos, ellos también; no tiene ningún sentido porque el Universo nos encarga que cuidemos de ellos, por un tiempo, y les enseñemos todo lo que pueda ayudar a su Ser.

Hoy comienza el curso escolar aquí.

Juan Trigo

Barcelona 6 de septiembre 2023