Observen. La caja es solo un pretexto para que la heroina reflexione.

Y eso es siempre una opción personal. Quiero decir que el camino para abrir nuestra Caja de los Miedos es entender cuáles son nuestros y cuales no. Y tener en cuenta el reverso de aquel viejo refrán castellano de que, “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”. O lo que viene a ser lo mismo: “En la cuna de nuestros miedos más temidos descansa nuestro poder”, precisamente porque no nos dejaron ni probarlo y es por ello que se inventaron el mito de la susodicha caja. 

Empezamos por el miedo a darnos cuenta de que todo lo que necesitamos se encuentra en nuestro interior (lo que necesitamos, no lo que anhelamos) y por tanto creamos la esperanza de que algún día nos den eso que creemos necesitar. Miedo, obviamente provocado por lo que la cadena cultural de prohibiciones nos ha inculcado de hijos a padres, a abuelos a bisabuelos… O sea, miedo a quienes somos.

De niños nos daban el chupete para que nos durmiéramos y dejáramos en paz de los mayores. Es interesante detectar cuales siguen siendo nuestros chupetes de adultos, el tabaco, el palillo de plástico que lo substituye, morderse las uñas, la bebida, los caramelos, hablar sin decir nada…

Ese cofre del tesoro en nuestro interior que tanto cuesta ponernos a buscar, algunos por incredulidad otros por miedo a un hipotético pecado, etc., es el poder con el que nacimos y que algunos sistemas de creencias se atribuyen como facultad de Ser Humanos. Y que tantos esfuerzos en crear le cuesta a la cultura en forma de su brazo armado, la educación.

Juan Trigo

Octubre 22