En 1976 un compañero de la orden Vajrayana, a la que pertenecía mi maestro, al emprender su viaje a la India me preguntó qué necesitaba que me trajese. Le contesté en automático (es decir, alguien más contestó por mi): “Ya lo encontraras”. Y me trajo esta pequeña estatuilla de bronce que me ha acompañado en todos mis naufragios desde esa fecha, que ha sido unos cuantos. Y siempre está ahí, porque jamás me olvido de ponerla entre mis bultos de peregrino errante, al escapar de la siguiente catástrofe. Y también me acompaña, si me permito detener por unos instantes mi frenética carrera a ninguna parte, su esencia universal de Buda: LA SERENIDAD.

Mi compañero me la entregó, a su regresó, envuelta en papel blanco muy fino en un paquete en espiral, con la base sellada y abierto al llegar a la cabeza. Me dijo que su maestro la había cargado teniéndola durante una noche en su mano derecha, y que la apertura final por encima de la cabeza era para que la energía circulara a modo del canal chacrático. Desenvolví el paquetito al llegar a casa y me permití un largo silencio en contemplación.

Cada uno encuentra la serenidad de Buda dentro de su Ser en el momento, en el lugar y con la gente entre la que está. No hay reglas en eso, cada uno somos canales de transmisión bien diferenciados los unos de los otros.

Juan Trigo

Abril 2023