Pero yo no quise escucharlo; me pudo más la presión ambiental por disfrazar mis complejos de inferioridad, que su dedicación.

Él decía, como entrenador de natación, que dedicó más tiempo a los que llegan últimos en la carrera para estudiar cómo podían mejorar sus movimientos, la respiración, etc. ya que los campeones simplemente lo eran debido a sus propias facultades físicas. A igual entrenamiento siempre hay quien se queda rezagado, y a él le interesaba mucho más dedicar sus conocimientos a esos. Pero para mí eran perdedores, como yo, y yo necesitaba milagros para dejar de ser el último de la fila, no consejos de amor infinito, porque eso no me haría superar mis ansiedades de ser como los ganadores. Le hecho mucho de menos.

Era de otro mundo que se desmoronó por completo cuando la República perdió la guerra civil española. Nunca pudo recuperarse. Seguía aferrado a las viejas creencias de la igualdad entre seres humanos, en el respeto profundo hacia la libertad del otro, en ayudar en lugar de competir, en el slogan “mente sana en un cuerpo sano” y demás aforismos propios de un planeta muy lejano a este. Yo necesitaba un truhan que me enseñara a pelearme en las calles, no un apóstol de la paz. Conseguí pelearme en las calles, pero no consigo recuperar su mensaje en mi interior.

Me iré de este mundo sin haber entendido que todo es un espejismo, es decir, echándole de menos hasta mi último día, sin haber entendido que somos menos que sombras de polvo en el desierto.

Juan Trigo

Agosto 2023