«Andábamos el sendero, mi compañera y yo cogidos de la mano, aunque ya no teníamos miedo a perdernos. Sabíamos que el destino nos había dejado en paz, tal vez por imposibles, tal vez por irrecuperables, por inutilizables para sus maquinaciones. Daba igual, lo único importante es pasar desapercibidos, como decía el Don Juan de Castaneda, por delante del Águila para que no se percate de nuestra presencia y nos devore.»

Juan Trigo, en «Vórtices»