
Había quedado con Adriana Kubler-Ross en el Café de la Ópera de la Rambla Capuchinos. Yo había llegado media hora antes para deleitarme con el ritual que creé hace 23 años (*) con el fantasma de Clea (la heroína del Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell) que empezaba con las supuestas palabras de Gavroche en la Barricada del Fauburg Saint Honoré.
Y llegó la diva, que a la sazón protagonizaba el reparto de La Forza del Destino en el emblemático teatro de ahí en frente. Venia chispeante por una copa de cava de más. Y la invité a sentarse a charlar.
- Necesito una ilusión para vivir – me dijo en algún un momento de la conversación- y no me repitas que ilusión es sinónimo de espejismo, porque no es exactamente eso.
- La verdad nos hace libres… – intenté otro antiguo argumento cuando que creí que se le terminado la batería.
- ¿La verdad? ¡Por dios! – conectó la “batería de repuesto” – Eso es lo último que necesito para ser feliz y no me pidas que defina felicidad porque todo el mundo sabe lo que es. Cuando uno es feliz; ¡es feliz!. ¿Entendido?
Las Ramblas de Barcelona mecen al transeúnte o al cliente sentado en una de sus infinitas terrazas en lo que parafrasearía Françoise Sagan en su obra “Las Maravillosas Nubes”… discurren lejanas, allá abajo, llevándose la marea humana a la que tampoco le han dicho que todo, incluso las piedras, terminan por desvanecerse…
Juan Trigo
Marzo 2023
(*) Me refiero a mi cuento El Café de la Ópera